lunes, 20 de abril de 2020

Las tintas metaloácidas y su tratamiento


Las tintas metaloácidas, las más utilizadas desde la Edad Media y hasta avanzado el siglo XX, son tintas orgánicas permanentes, de fácil elaboración y de un color oscuro que puede ir desde el negro o sepia, hasta el azul o el conocido como verdigrís (coloreado de mapas y planos) [1].

Son soluciones acuosas compuestas de taninos (ácido gálotánico en las agallas de plantas), sulfato ferroso (sal de hierro) y gomas naturales como aglutinantes (generalmente goma arábiga). Los compuestos metálicos reaccionan entre sí produciendo sustancias ácidas que degradan el papel, sumándose a otros factores de degradación intrínsecos, como la propia composición del papel, y extrínsecos, como la temperatura y sobre todo la humedad relativa, además de algunos aditivos de manufacturación.

El principal deterioro provocado por estas tintas es la corrosión, producida al combinarse los mecanismos de hidrólisis ácida y oxidación de la celulosa, que son catalizados por el ácido sulfúrico generado a causa del exceso de sulfato ferroso (mayor concentración de iones Fe2+ y Fe3+) [2] en el papel.

Los principales indicadores de alteración que estos mecanismos provocan son: oscurecimiento y fragilidad del papel, halos oscuros alrededor de la tinta y transferencia de la misma hacia otras zonas, como se puede ver en las imágenes siguientes, así como la perforación del soporte en último grado.





Ha habido una evolución desde los primeros tratamientos empleados para este tipo de tintas degradadas, centrados en la estabilización física, hasta los métodos más actuales que tienen su prioridad en la estabilización química de los materiales. Lo que se debe tener claro es que, para que un tratamiento sea completo y eficaz, tiene que:

1. Bloquear o ralentizar la oxidación acelerada: ESTABILIZACIÓN DE LA TINTA.
2. Detener la hidrólisis ácida, actual y futura: DESACIDIFICACIÓN.
3. Reforzar físicamente la tinta y su soporte: REAPRESTO Y LAMINACIÓN.

Antes de tratar las tintas hay que determinar en primer lugar si es verdaderamente necesarios, y proceder luego del siguiente modo:

A. Examen visual y pruebas puntuales con los que observar zonas de riesgo y dañadas.

Observación de la tinta con lupa digital DinoLite®

B. Pruebas químicas con tiras indicadoras de batofenantrolina para comprobar la presencia de iones de hierro libres y por tanto el riesgo de degradación.

Prueba con tira de batofenantrolina. Resultado positivo

El tratamiento acuoso con fitato de calcio propuesto en la década de los 90 por Neevel [3] ha sido el más estudiado y probado. Consiste en aplicar una solución acuosa que combina un quelante (ácido fítico) con un tampón alcalino (carbonato cálcico) que minimiza la reacción química de oxidación de la tinta [4], seguida de una desacidificación del papel con bicarbonato cálcico para aportar una reserva alcalina. El método que se suele usar para este tipo de tratamiento es la inmersión en baño pero, en función de la fragilidad del documento, se pueden recurrir a otros métodos como la aplicación por capilaridad o el uso de mesa de succión cuando el baño convencional sea arriesgado.  El último paso en este tratamiento sería la laminación o consolidación con gelatina tipo B (inhibidora de la corrosión). 

El tratamiento de tintas metaloácidas es un campo que aún sigue en estudio, sin haber llegado a una propuesta óptima, todas cuentan con aspectos negativos. En el caso del fitato cálcico son en relación al aspecto histórico y estético (desmontaje, pérdida de intensidad de la tinta, de soporte, etc.). Aún así  la gran mayoría de conservadores y restauradores lo apoyan como la alternativa más adecuada y natural. Otros profesionales también consideran que, teniendo en cuenta que un soporte ácido favorece la corrosión de las tintas, simplemente un proceso de desacidificación del papel sería suficiente para neutralizar esta degradación con la posterior laminación o consolidación pertinente .

[1]. BARBÁCHANO, Pedro: “Las tintas metaloácidas y su conservación”, pp.412, X Congreso de Estudios Vascos, Pamplona, 1987, pp.411-412.
[2]. Iones libres no unidos, solubles en agua, que son perjudiciales para sustratos orgánicos, tanto celulósicos como proteícos. 
[3]. NEEVEL, J. G.: “Phytate a potential conservation agent for the treatment of ink corrosion caused by iron gall inks”. Restaurator, 16(3),  pp. 143-160, 1995.
[4]. El agente quelante “secuestra” los iones de Fe, intercambiándolos por iones de calcio.

Puede obtener información de interés sobre esta materia en la página web "Iron Gallic Ink", mantenida por la Agencia del Patrimonio Cultural de los Países Bajos

Autora de la entrada: Laura del Pozo Moriel.


martes, 14 de abril de 2020

BULAS EN EL ARCHIVO HISTÓRICO DE LA UNIVERSIDAD DE SEVILLA




Las bulas son documentos pontificios que contiene declaraciones en materia de fe, gracias y privilegios, o asuntos judiciales o administrativos.  Las expide la cancillería apostólica y están sujetas a un formulismo muy estricto, siendo su soporte preferente el pergamino. El Archivo de la US conserva una serie de bulas de finales del siglo XV y principios del XVI, todas ellas guardadas en los legajos 608 y 609. Su importancia radica en ser testimonios directos del periodo fundacional e inmediatamente anterior. Para el Colegio de Santa María de Jesús, la conservación de aquellos documentos solemnes, que contenían concesiones de beneficios y privilegios al fundador por tres sumos pontífices, y el acta misma de fundación de la institución, era un acto de primordial importancia. Las descripciones de los documentos, que pueden leerse en los anversos, daban la ubicación de las bulas, que se conservaban dobladas a veces en varios pliegues.

Bula de Julio II (7 de julio de 1505)

De estas bulas es sin duda la más conocida la expedida por el papa Julio II, en el siglo Giuliano della Rovere, autorizando la erección del Colegio y la anexión al mismo de los Beneficios de Alocaz, Gómez Cardeña, San Lorenzo de Sevilla, San Nicolás del Puerto y La Parra. La bula (Legajo 608-13) mide 89 x 62 cm, está fechada el 12 de julio de 1505, y es generalmente considerada el documento fundacional del Colegio de Santa María de Jesús, precedente de la Universidad de Sevilla. Sólo unos días más tarde, el 16 de aquel mismo mes de julio, el mismo pontífice otorgaba una nueva bula (Legajo 608-14), esta vez concediendo al Colegio nuevos privilegios, de los que solían gozar otros estudios generales, como el permiso para otorgar títulos en medicina, y anexionando a la nueva institución varios beneficios. De ambas bulas se hicieron ediciones impresas fechadas en 1716. Una tercera bula de Julio II, esta de 25 de agosto de 1506, contenía un rescripto a los priores de Santiago de la Espada y del Carmen “para que hagan justicia, con motivo de haber permutado el Fundador , la Magistral de Málaga por un beneficio de Ronda, que dijo poseía Fco. Melgar, lo que era falso, para que dicho Francisco devolviese la magistral al Sr. Fundador”.

No son estas sin embargo las bulas más antiguas conservadas en el Archivo Histórico, sino otras que recogen los privilegios y rentas que los pontífices concedieron a Maese Rodrigo Fernández de Santaella años antes de que emprendiera la fundación del Colegio. En primer lugar, las dos bulas de Sixto IV (de quien maese Rodrigo había sido familiar, de 9 de septiembre de 1476),  por las que le concedía, como beneficios eclesiásticos, las pestrameras de Grijalba (Burgos), Alocaz y Gomez Cardena (estos dos últimos en Sevilla), una vez hubiera vacado el beneficiado de que disfrutaba el obispo de Calahorra (Legajo 608-02(1)). El Legajo 608-02(3) contiene copia autorizada de la bula de Sixto IV de 15 de julio de 1480, que otorga a maese Rodrigo poder hacer testamento de todos sus bienes no adquiridos “in tuitu ecclesia”. También se refieren a los años anteriores a la fundación la serie de Letras apostólicas para dar posesión a Maese Rodrigo de los Beneficios de Salvatierra, Santa María de Salvaleón y Prestamera de la Parra (Badajoz), San Martín de Sevilla, San Mateo de Jerez, Pontificial de San Nicolás del Puerto y Arcedianato de Reina (Legajo 608-06), fechadas entre 1484 y 1500.

Las tres bulas siguientes las expidió el papa Alejandro VI: la primera dispensando a maese Rodrigo de la residencia capitular y la segunda, nombrándole Notario de los del número de la Santa Sede, están fechadas en 9 de septiembre de 1495 (Legajo 608-04(2)). En la tercera, de 27 de junio de 1500, el papa le concede el Arcedianato de Reina (Legajo 608-04(3)).

El Colegio-Universidad era una institución pontificia y para determinadas actuaciones se requería la sanción pontificia. Hay una bula de Paulo III confirmando los Estatutos del Maestro Navarro (Legajo 608-22). Del mismo pontífice custodia el AHUS un traslado autorizado (Legajo 608(03)) fechado en 1621 de la bula de 1545 con la autorización para hacer modificaciones de los Estatutos. Por último, hay ejemplar de la edición impresa de la Copia autorizada de la Bula de Benedicto XIII, año 1727, en la que se concede al Colegio el Beneficio de Yecla (Legajo 609-2).

Aparte de los originales en pergamino, el AHUS custodia también algunas ediciones impresas de bulas relacionadas con el Colegio. Es el caso de la  Copia autorizada de la Bula de Benedicto XIII, año 1727, en la que se concede al Colegio el Beneficio de Yecla (Legajo 609-02).


martes, 7 de abril de 2020

LA CONSERVACIÓN EN TIEMPOS DEL COVID-19


En estos extraños días que nos ha tocado vivir, surgen múltiples preguntas acerca de cómo cambiará nuestra forma de vida cuando, en un futuro indeterminado, podamos volver a nuestros puestos de trabajo. Los que nos ocupamos de colecciones bibliográficas y documentales tenemos que ser conscientes de que hemos entrado en una nueva era en la que ciertos virus pueden hacer nuestra tarea más complicada. En concreto, es lógico preguntarse qué sucede con el material que ha estado en contacto con alguien infectado por COVID 19. Pueden servir de ayuda en este sentido los enlaces que ofrecemos a continuación:

"Cómo actuar con los libros ante el riesgo de contagio por COVID-19" (Blog de la BNE)

"Cómo desinfectar los libros de la biblioteca en una pandemia" (Julian Marquina).