Acabamos de publicar en nuestra página de Flickr una bella exposición virtual de retratos femeninos extraídos de la obra: “La femme jugée par les grands écrivains des deux sexes ou La femme devant
Dieu, devant la nature, devant la loi et devant la société / par MM. Bescherelle
Ainé et L.-J. Larcher . - Paris : Simon èditeur, 1846”
Existe una edición posterior en español que podemos encontrar en formato pdf digitalizada por la Biblioteca de Tamaulipas en México. (También puede descargar la edición francesa en formato pdf desde nuestro Portal de Fondos Digitales). Publicada por
Garnier en Paris en 1893 fue traducida al español por Enrique Pastor y Bedoya Si bien la
edición traducida presenta el mismo texto que la edición francesa la colección de grabados tiene un tono
completamente diferente. Mientras que
los grabados de J. Thomson, W.H. Mote, H.T. Ryall presentes en nuestra edición tienen un carácter más elegante y cándido, la colección de grabados de la ed. de 1893 realizados por Staal tienen un tono
más erótico en su conjunto.
Podríamos enmarcar esta obra
dentro de aquellas que durante la segunda mitad del siglo XIX muestran una gran preocupación por medir y clasificar
las diferencias entre los distintos seres humanos, incluyendo en este caso las diferencias
entre hombre y mujer.
Rescatamos un párrafo de la edición en español y la equivalente página en francés de nuestra edición para acercar al posible lector al tono general de la obra:
“UNA PALABRA
Si entre los autores que han
escrito acerca de ella, sobre todo entre los poetas, ha habido algunos que han quemado unos granos de incienso en sus altares ponderando su
belleza, en cambio, ¿cuántos otros no han agotado contra ellas la sátira
más mordaz y acerada en su mayor refinamiento?
Oíd la opinión de aquel que
definía la mujer diciendo que era una criatura que
sólo se ocupa de charlar, de vestirse y de desnudarse, y la no menos peregrina del canciller del Parlamento Maupéou, que suponiendo que el sexo, la
educación y los órganos de la mujer se lo vedan, afirma que son, poco más
poco menos, tan negadas como un ganso; ¡como si los gansos no
hubieran tenido el mérito de haber salvado al Capitolio!
¿ Y qué diremos del duque de
Vurtemberg, que respondió á la suya, al oírla hacer algunas
observaciones acerca de la guerra que iba á emprender contra Suecia? Me he casado
para que mi mujer me dé hijos y no consejos, respuesta tan
digna como la de Juan V de Bretaña, que tenía la idea de que una mujer era
todo lo sabia que necesitaba ser si distinguía en una camisa el puño
de la manga.
Pero estas opiniones singulares
de notables individualidades quedan eclipsadas por la que sustentan
en el concilio de Macón insignes varones.
Mirad reunidos en una inmensa sala,
resplandeciente de vivísima luz, doscientos o trescientos prelados y sacerdotes del alto
clero con sus mitras, sus cayados pastorales y sus vestiduras galoneadas y empenachadas.
Discuten acaloradamente, y por el
calor de la discusión es fácil colegir que se trata de un asunto
importante. ¿ Cuál es éste? ¿Se trata por ventura de la traslación de la Silla
Pontificia, ó de salvar la Iglesia que se halla en peligro?
No; ¡se trata pura y simplemente
de saber si las mujeres pueden y deben ser clasificadas
como criaturas humanas!
¿Es posible imaginar siquiera que
hubiera de perder su tiempo en semejantes fruslerías una
reunión de hombres graves, eminentes prelados y jóvenes y perfumados sacerdotes
que cuidan, cuando dan una limosna, de depositar la ofrenda en la
mano de la más hermosa y no de la más anciana?
No una, sino varias sesiones se invierten en discutir
el punto en cuestión, y a pesar del fogoso
ardor con que se debate el tema, la discusión más retrocede que adelanta. Los placeres
se encuentran divididos, pero los defensores del bello
sexo triunfan, y por galantería, sin duda, los reverendos obispos se dignan
decidir ... que la compañera de1 hombre forma parte del género humano”.
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