martes, 23 de febrero de 2016

La mujer juzgada

     Acabamos de publicar en nuestra página de Flickr una bella exposición virtual de retratos femeninos extraídos de la obra: “La femme jugée par les grands écrivains des deux sexes ou La femme devant Dieu, devant la nature, devant la loi et devant la société / par MM. Bescherelle Ainé et L.-J. Larcher . - Paris : Simon èditeur,  1846”



Existe una edición posterior en español que podemos encontrar en formato pdf digitalizada por la Biblioteca de Tamaulipas en México. (También puede descargar  la edición francesa en formato pdf   desde nuestro  Portal de Fondos Digitales). Publicada por Garnier en Paris en 1893 fue traducida al español por Enrique Pastor y Bedoya Si bien la edición traducida presenta el mismo texto que la edición francesa  la colección de grabados tiene un tono completamente diferente.  Mientras que los grabados de J. Thomson, W.H. Mote, H.T. Ryall presentes en nuestra edición  tienen un carácter más elegante y cándido,  la colección de grabados de la ed.  de 1893 realizados por Staal tienen un tono más erótico en su conjunto.


Podríamos enmarcar esta obra dentro de aquellas que durante la segunda mitad del siglo XIX muestran  una gran preocupación por medir y clasificar las diferencias entre los distintos seres humanos, incluyendo en este caso las diferencias entre hombre y mujer. 
Rescatamos un párrafo de la edición en español y la equivalente página en francés de nuestra edición para acercar al posible lector al tono general de la obra: 


“UNA PALABRA

Si entre los autores que han escrito acerca de ella, sobre todo  entre los poetas, ha habido algunos que han quemado unos granos de incienso en sus altares ponderando su belleza, en cambio, ¿cuántos otros no  han agotado contra ellas la sátira más mordaz y  acerada en su mayor refinamiento?


Oíd la opinión de aquel que definía la  mujer diciendo  que era una criatura que sólo se ocupa de charlar, de  vestirse y de desnudarse, y la no menos peregrina del  canciller del Parlamento Maupéou, que suponiendo que el sexo, la educación y los órganos de la mujer se  lo vedan, afirma que son, poco más poco menos, tan  negadas como un ganso; ¡como si los gansos no hubieran  tenido el mérito de haber salvado al Capitolio!

¿ Y qué diremos del duque de Vurtemberg, que respondió á la suya, al oírla hacer algunas observaciones acerca de la guerra que iba á emprender contra Suecia? Me he casado para que mi mujer me dé hijos y no consejos, respuesta tan digna como la de Juan V de Bretaña, que tenía la idea  de que una mujer era todo lo sabia que necesitaba ser si distinguía en una camisa el puño de la manga.

Pero estas opiniones singulares de notables individualidades  quedan eclipsadas por la que sustentan en el concilio de Macón insignes varones.
 Mirad reunidos en una inmensa sala, resplandeciente de vivísima luz, doscientos o trescientos prelados y sacerdotes  del alto clero con sus mitras, sus cayados pastorales y sus vestiduras galoneadas y empenachadas.
Discuten acaloradamente, y por el calor de la discusión es fácil colegir que se trata de un asunto importante. ¿ Cuál es éste? ¿Se  trata por ventura de la traslación de la Silla Pontificia, ó de salvar  la Iglesia que se halla en peligro?
No; ¡se trata pura y simplemente de saber si las mujeres pueden y deben ser clasificadas como criaturas humanas!
¿Es posible imaginar siquiera que hubiera de perder su tiempo en semejantes fruslerías una reunión de hombres graves, eminentes  prelados y jóvenes y perfumados sacerdotes que cuidan, cuando dan una limosna, de depositar la ofrenda en la mano de la más  hermosa y no de la más anciana?
No una, sino varias sesiones se invierten en discutir el punto en cuestión, y a pesar del fogoso ardor con que se debate el tema, la discusión más retrocede que adelanta. Los placeres se encuentran divididos, pero los defensores del bello sexo triunfan, y por galantería,  sin duda, los reverendos obispos se dignan decidir ... que la compañera de1 hombre forma parte del género humano”.





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