miércoles, 4 de julio de 2018

Carlos III y la reforma de la moneda de vellón


El 1 de enero de 2002 el euro se instalaba en nuestro país. La moneda que había convivido con los españoles durante 133 años pasaba a mejor vida. Tras dos meses de convivencia compartida, el 1 de marzo cedió al corona a su sucesor. La peseta fue retirada de la circulación. Las últimas monedas serían depositadas en el Banco de España para su extinción total. Se acababa una época: la de los cordones repletos de monedas de agujeritos y las tiendas de veinte duros. Y se iniciaba una nueva etapa en la economía española: llena de dudas, retos y calculadoras. Echando la vista atrás, el cambio era necesario. Mirando hacia delante, es todo un honor y un privilegio haber sido testigo viviente de un hito histórico de tal magnitud. Cerrando los ojos, no se puede evitar cierta nostalgia. Aun hoy, al tropezar con una de esas calderillas enterradas cual material arqueológico, se despierta una sonrisa, una emoción que no tiene precio.

Como la peseta, otras muchas monedas han muerto ha lo largo de la historia. En ocasiones, tras un proceso tan ambicioso y pionero como el del euro. Es el caso del vellón, retirado por Carlos III en los primeros años de la década de 1770. Por entonces, el exceso de moneda de vellón empezaba a contrariar a los comerciantes. Su cotización tendía a la baja y el desgaste por el uso era tal que algunas monedas eran irreconocibles. Era necesario, además, acuñar moneda por valor de un maravedí con el fin de realizar los cambios de forma efectiva. La reforma era inevitable.


La solución no tardó en hacerse efectiva. Bandos como este de la Real Pragmática del 5 de mayo de 1772 llegaron a todas las provincias. En un plazo de seis años se retiraría la totalidad de la antigua moneda de vellón circulante. Las opciones eran dos: mediante el cambio por su valor real -evitando de este modo la desventaja de los particulares ante el cambio por el valor del material- y mediante los pagos a Hacienda, quedando la moneda en posesión del Estado. Las ganancias fueron más que aceptables.

La nueva moneda fue acuñada en la Real Casa de la Moneda de Segovia, primera en pertenecer directamente a la Corona y primera mecanizada de España. Siempre en vanguardia, realizaba por estos años el cambio del rodillo hidráulico por la prensa volante, sistema traído desde Francia por los Borbones, con el que el proceso de acuñación se aceleraba de forma considerable. De esta forma, la transición de una moneda a otra fue mucho más ágil y efectivo, y Carlos III se apuntaba un tanto, y unos cuantos millones de monedas contantes y sonantes.

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