jueves, 7 de junio de 2018

Methode pour le piano forte





"Por las noches, pienso en mi piano en su tumba del océano. Y a veces en mi misma, flotando sobre él. Allá abajo todo esta tan inmóvil y silencioso, que me arrulla y adormece. Es una extraña canción de cuna. Así es. Y es mía. Hay un silencio, donde nunca ha habido sonido. Hay un silencio, donde no puede haber sonido. En la fría tumba, bajo el profundo, profundo mar"


Ada soñaba con su piano. Solitario en la arena. Bajo el cielo eternamente nublado. Las olas como metrónomo. El viento. El silencio. Lo que solo se puede decir mediante la música. Esta imagen de El piano (Jane Campion, 1993) desprende el más absoluto romanticismo. La exaltación de la emoción, el sentimiento y el espíritu: de la naturaleza, su grandeza y poder; de la fantasía y el extremo: de la soledad y la creación; de la intimidad y la libertad; de la vida y la pasión exacerbadas en la muerte prematura. El piano: instrumento solitario de expresión ilimitada y matices infinitos. La mujer: y la música como ideal de formación, como ocupación domestica. La melancolía: las teclas como única salida de la represión interior, y exterior. La música de Michael Nyman completa el círculo: uniendo la melancolía con la emoción.

Inventado a principios del siglo XVIII por el italiano Bartolomeo Cristofori, el piano se convirtió en el instrumento protagonista de la incipiente época romántica. Mucho más expresivo que sus antecesores el clavicordio y el clave. Capaz de inflexiones y matices que aquellos no podían alcanzar. Poético y sentimental. Podía tocarse en solitario o acompañado de toda una orquesta. En casa o en un gran teatro. Los grandes compositores se sentaban frente a él para componer sus obras. Piezas creadas específicamente para el instrumento: Beethoven, Schubert, Liszt... Los burgueses y aristócratas empezaron a contemplar un piano entre el mobiliario. Pieza central de la casa. Símbolo de estatus y cultura. Ahora ellos también podían pulsar las teclas.

Tocar el piano se convirtió en una actividad casi obligatoria. Principalmente para las mujeres. Era el instrumento perfecto para ellas. Los instrumentos de viento deformaban la cara, los grandes metales, además, pesaban demasiado, la familia del violín hacía tomar posturas indecorosas, la percusión era cosa de hombres. Ya lo decía Baldasare de Castiglione: "Y así en el danzar no querría vella con unos movimientos muy vivos y levantados, ni en el cantar o tañer me parecería bien que usase aquellas diminuciones fuertes y replicadas que traen más arte que dulzura; así mismo los instrumentos de música que ella tañere, estoy en que sean conformes a esta intinción; imagina agora cuan desgraciada cosa sería ver a una mujer tañendo un tambor, o un pífano, o otros semejantes instrumentos; y la causa de esto es la aspereza de ellos, que encubre o quita aquella suavidad mansa, que tan propiamente y bien se asienta en las mujeres"1. El piano -la espalda recta, los pies en los pedales, las manos suavemente colocadas sobre el teclado- era todo modestia y castidad. Símbolo de feminidad, elegancia, delicadeza y, por su puesto, de cultura. Una mujer que sabía tocar el piano era una mujer casadera con todas las de la ley.

Pero dentro de ese corsé impuesto por la sociedad había algo más profundo: un corazón, en muchas ocasiones solitario, cuyo lamento encontraba salida en la música. Así lo ha representado mil veces la literatura y así lo vemos repetido en el cine: las pioneras que pusieron rumbo al Oeste americano y llevaron sus recuerdos de civilización escondidos en las notas de un piano, las herederas de nobles familias que se veían obligadas a un matrimonio pactado, aquellas cuya vida se limitaba a los muros de la casa, las que no podían hablar en presencia de hombres... tantas mujeres que, ante la imposición de silencio, expresaban sus tristezas e inquietudes -su visión de mujer- a través de la música.

Este auge protagonista vino acompañado, no solo de sentimientos y grandeza de espíritu creativo, sino de todo un fenómeno editorial. Todo aquel que tenía un piano quería emular a los grandes héroes de la música. Las piezas se imprimían para el público general y para escuelas y sociedades musicales que empezaban a llenar el espectro social. Y no solo las grandes obras -pues pocos eran los afortunados que alcanzaban el virtuosismo doméstico- sino pequeñas piezas tradicionales, danzas y composiciones simples adaptadas a diferentes niveles. Pero antes de tocar, había que aprender. Y ahí es donde entran en juego manuales como el que nos ocupa: Methode pour le piano forte.

Perteneciente, como no podía ser de otra forma, a una mujer (Antonia del Río y Monge) y con una mujer pianista protagonizando el grabado de la portada, este manual nos inicia en el mundo de la música mediante las lecciones más básicas de solfeo: el nombre de las notas, las diferentes figuras y su duración, las alteraciones, las claves, la postura del cuerpo y las manos, las tonalidades, los intervalos, los acordes, los matices... conceptos esenciales para la segunda parte la posterior práctica de escalas y pequeñas piezas. Pero esta aparente simplicidad no debe engañarnos. Su autor, Ignace Joseph Pleyel, fue un destacado compositor, editor y fabricante de pianos. Alumno del mismísimo Haydn, abrió su propia casa editorial en 1795, de donde dos años más tarde saldría este gracioso ejemplar, perfecto para todas aquellas que, desde la total ignorancia -o quizás desde la total infancia-, quisieran o tuvieran que introducirse en el extraordinario, y famoso, mundo del piano.

El manual se completa con unas pequeños apuntes sobre la afinación de pianos, que el autor introduce como método novedoso. Y lo hace escogiendo el temperamento de Kirnberger, temperamento desigual que se oponía a los iguales propugnados por Rameau. Si bien pudiera parecer un apéndice fuera de lugar dentro de un manual de iniciación, la afinación era tarea obligada ¿Por qué no introducir unas pequeñas notas? ¿No es eso de lo que trata la música? ¿De notas?

Va siendo hora de practicar. Espalda recta, una altura suficiente como para que las manos se muevan con total libertad, dedos ligeramente flexionados, clave de sol, escala de Do Mayor: DO, RE, MI, FA, SOL...



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