miércoles, 24 de junio de 2020

Grabados de Wendel Dietterlin en el Fondo Antiguo de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla

En materia artística, los grabados tuvieron una importancia capital durante la Edad Moderna. En ellos, no solo circulaban ideas y teorías propias de otros estilos extranjeros, sino que también se utilizaron como fuente visual, como base en la que se apoyaban los artistas para crear obras de pintura, arquitectura, escultura, platería, etc. De hecho, desde el siglo XVI tuvieron una enorme consideración por parte de estos, ya que su utilización, como ha defendido Vicente Lleó, suponía un rasgo de modernidad, un afán por estar al día de lo que acontecía fuera de las fronteras del Reino[1]. 

En los siglos siguientes, su importancia no disminuyó, y los grabados siguieron siendo un vehículo por el que los artistas accedían a las nuevas modas y los nuevos estilos surgidos en Europa, y podían trasladarlos a sus creaciones. Jusepe Martínez nos da buena cuenta de su valoración por parte, por ejemplo, de Alonso Cano, de quien nos dice que tenía “alto interés en ver estampas y dibujos, de tal manera que si acaso sabía que alguno tenía alguna cosa nueva, lo iba a buscar para satisfacerse con la vista”[2].

Algunos grabadores o conjuntos de estampas tuvieron más relevancia que otros por las posibilidades que ofrecían. De entre muchos, el conjunto de grabados que creó el alemán Wendel Dietterlin fue sin lugar a dudas uno de los más importantes a nivel internacional, debido al protagonismo que tuvo en la difusión de modelos manieristas por Europa -especialmente España-, y de allí, al Nuevo Mundo. Esto no significa que las obras que tomaron a Dietterlin como modelo fueran también manieristas; antes bien, su repertorio de arquitecturas fantásticas sirvió para crear grandes conjuntos barrocos e, incluso, abrió las puertas a una nueva moda en el mundo hispánico protagonizada por el uso de la pilastra-estípite, un tipo de soporte caracterizado por una sucesión en vertical de formas geométricas y elementos cúbicos y ornamentales. Véase al respecto el caso de su uso en la arquitectura barroca sevillana o en la novohispana, cuyos ejemplos paradigmáticos permiten obtener buena cuenta de la relevancia del repertorio grabado[3].

En el Fondo Antiguo de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla, se conserva, incompleto, un volumen apaisado con signatura A 101/200, conteniendo veinticinco grabados debidos al mencionado maestro alemán. La mayoría de las láminas presentaba diversos problemas de conservación y pérdidas en las esquinas,  por lo que el volumen ha sido objeto de una restauración llevada a cabo por Blanca Galán, bajo la supervisión de Yolanda Abad, en el Taller de Restauración de la Biblioteca Rector Antonio Machado y Núñez.


Volumen de grabados antes y después de su restauración
La numeración en el margen inferior demuestra que la colocación de los grabados en el volumen no sigue ningún orden, y que faltan muchos de los que formaban la obra original, ya desde el mismo momento de su encuadernación. Como dato relevante, hay que señalar la presencia de ciertas grafías en la cara posterior de estos grabados (dibujos o juegos geométricos) y anotaciones de diversa índole. Entre ellas, destaca la repetición de un mismo nombre, Joaquín Serrano, así como la indicación, en el folio 55r, de algunas jornadas de trabajo en mayo de 1846, donde se indica, por ejemplo, día 22 fui a la cantería o día 23 fue tío pepe a la cantería, junto a unas cabezas superpuestas que, aunque perdidas por una laguna, podrían tratarse de un canon de medidas. 

Toda esta información induce a creer que el ejemplar de esta colección de grabados perteneció a un artista de la primera mitad del siglo XIX, quizás un desconocido Joaquín Serrano, aunque no se debe a él su encuadernación, ya que esta parece anterior. Esta suposición permite prolongar la influencia que tuvo Dietterlin, que hasta ahora sólo se ha podido acreditar para el siglo XVIII, hasta el siglo XIX. Este ejemplar, por tanto, podría abrir nuevas vías de investigación y permitir rastrear pervivencias manieristas e incluso góticas en los estilos artísticos de comienzos de la edad contemporánea.

[1] LLEÓ, Vicente: Nueva Roma. Mitología y humanismo en el Renacimiento sevillano. Sevilla, 2001, p. 28.
[2] MARTÍNEZ, Jusepe: Discursos practicables del nobilísimo arte de la pintura. Zaragoza, 2008, p. 121.
[3] FALCÓN MÁRQUEZ, Teodoro: “Influencia de los grabados fantásticos de Dietterlin en la arquitectura barroca sevillana”, Laboratorio de Arte, 21, 2008-2009, pp. 117-134; MOFFITT, John F.: “El Sagrario Metropolitano, Wendel Dietterlin, and the estípite: observations on Mannerism and Neoplateresque architectural style in 18th century mexican ecclesiastical facades”, Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología, t. 50, 1984, pp. 325-348.

Autor de la entrada: Carlos Maura.

martes, 2 de junio de 2020

Los alumnos del Real Colegio de San Telmo de Sevilla (1788-1810): los numerarios, lo “expósitos” y los caballeros porcionistas


El papel que durante los siglos XVI y XVII jugó Sevilla en el tráfico marítimo con América puso de manifiesto la escasez de personal con conocimientos y experiencia en navegación. Fue esa necesidad de formar una marina eficaz y competente la que impulsó a la creación del Colegio de San Telmo de Sevilla, a instancias de la llamada Universidad de Mareantes, antigua Cofradía de Nuestra Señora del Buen Aire, una institución que tenía su sede en Triana y que se regía por las reglas y ordenanzas aprobadas por S.M. en 1569. La Universidad de Mareantes la integraban dueños de naos, pilotos y maestres examinados de la Carrera de Indias, y por el resto de los oficios del mar: contramaestres, guardianes, marineros, grumetes y pajes (Garralón, 2007, pág. 51).

El Real Colegio Seminario de San Telmo de Sevilla (1681-1847) fue creado por Carlos II en 1681, encomendándose a la Universidad de Mareantes su administración perpetua. El Consejo de Indias sería su protector, y el presidente de la Casa de Contratación su conservador superintendente (Espinosa, 1988). El Colegio de San Telmo tenía una doble finalidad. Por una parte, formar en las artes náuticas a muchachos huérfanos que cubriesen las necesidades de tripulación especializada en las armadas y flotas de la carrera de Indias, y por otra, paliar la escasez de gente del mar, especialmente de pilotos, que sufrían las flotas y navíos de la Carrera de Indias, ya que hasta 1729 no se exigió la matriculación obligatoria en la Universidad de Mareantes, requisito que sólo se hizo efectivo hasta 1756 (Garralón, 2007, pág. 54).

La enseñanza que se impartía en el Colegio de San Telmo, reglada en las reales cédulas de fundación, era muy elemental: se enseñaba a los muchachos a leer, escribir, contar, y se les tomaba de memoria la cartilla del Regimiento de Artillería. Al ser insuficiente, pronto se tomó la necesidad de contar con un maestro de matemáticas, para que los alumnos salieran del centro con nociones de aritmética, álgebra, artillería, geometría, trigonometría plana y esférica y conocimientos del globo terráqueo y celeste. Todo ello se complementaba con prácticas dentro del Colegio, dedicadas a observar el sol con el cuadrante u octante, la ballestina y el astrolabio. A los alumnos menos brillantes se les enseñaba el arte de la artillería para dirigir su futuro a las brigadas marinas. Lo cierto es que el Colegio de San Telmo no sólo fue un lugar de enseñanza, sino que además fue un centro de investigación en el avance y perfeccionamiento del arte de la navegación. En San Telmo se mejoraron cartas y derroteros, se perfeccionaron algunos instrumentos de navegación y se promocionó su uso y, por supuesto, se compusieron tratados u obras. (Jiménez, 2002). Con el tiempo, a partir de 1786, se sumaron al aprendizaje en San Telmo las asignaturas de comercio, dibujo e idiomas (francés e inglés).

Las cédulas fundacionales establecían que los alumnos debían ser españoles, preferentemente huérfanos y pobres de entre 8 y 14 años. La condición de orfandad fue mitigándose con el tiempo. Al principio tenían preferencia los huérfanos de padre y madre, seguidos de los que sólo lo fuesen de padre. Sólo en caso de de no conseguirse suficientes alumnos, podrían ser elegidos aquellos que contasen con ambos progenitores. A partir de 1721 no se admitirían niños cuyos padres hubieran ejercido “oficios viles” como verdugo, pregonero, lacayo, mozo de mulas, bodeguero, carnicero, zapatero, etc. Tampoco se admitirían descendientes de negros, mulatos, gitanos, herejes y penitenciados por la Inquisición y que no fueran descendientes de cristianos viejos. Estos requisitos hicieron que tanto el Colegio como sus alumnos gozaran de gran prestigio. Fueron muchos los que se formaron en San Telmo llegando a ser contramaestres, condestables, artilleros, pilotines segundos y pilotos. Otros llegaron a ostentar cargos públicos y profesores del propio colegio.

Era un requisito indispensable para el ingreso en el Colegio que los aspirantes presentaran informaciones y se sometieran a un interrogatorio, donde se acreditara suficientemente que cumplían las condiciones necesarias para el ingreso. Todas estas diligencias, una vez aprobadas por la diputación, se archivaban en la Contaduría del Colegio, sin descartar la posibilidad de que si en el futuro se descubría en algún aspirante faltas en cuanto a la limpieza de sangre o exclusión de oficios bajos, fuese expulsado del Colegio y borrado de los asientos de la Contaduría (García, 1998). Estos expedientes de legitimidad y limpieza de sangre se conservan actualmente en el Archivo Histórico de la Universidad de Sevilla, en una serie que abarca un total de 54 libros, conteniendo 2200 legajos (AHUS Libro 217 / Libro 270).


Como correspondía a una fundación benéfica, además de velar por la buena fama y honorabilidad de los colegiales, el Colegio admitía a los llamados hijos de la Iglesia o expósitos, también llamados de la cuna, ateniéndose a la doctrina jurídica según la cual los expósitos son limpios de sangre.

En 1786 el Colegio dio entrada a los llamados caballeros porcionistas, jóvenes que pagaban una cuota en concepto de pensión y educación. Procedían de familias pudientes, hijos de militares, comerciantes ricos e incluso nobles. De estos caballeros se conservan en el Archivo Histórico de la Universidad de Sevilla un total de 195 expedientes recogidos en 5 libros (AHUS Libro 303 / Libro 307). 


Los requisitos para la entrada en el Colegio eran los mismos que para los numerarios salvo la condición de pobreza y orfandad. A los porcionistas se les habilitaron cómodos departamentos. Por otro lado, su educación fue más refinada (primeras letras, baile, matemáticas, dibujo e idiomas) y teórica que la que se daba a los numerarios, que era más práctica. Respecto a la comida, era la misma, aunque desde 1807 comían a distinta hora y la mesa era bendecida por su capellán. El uniforme era similar aunque si alguno quería comprárselo de mejor calidad podía hacerlo costeándolo ellos mismos y sin cambiar los colores.

El número de plazas que se les reservó fueron 50 aunque en 1788 bajaron a 30. Nunca llegaron a ocuparse totalmente (a veces sólo hubo 2 alumnos). Los 4 reales que pagaban diariamente no eran suficientes para cubrir los gastos con lo que el Colegio tenía que pagar parte de sus gastos. Poco a poco su cuota se elevó hasta llegar a 12 reales en 1805 para bajar a 10 reales en 1808 para desaparecer (este tipo de estudiantes) en 1810. El escaso número de estudiantes porcionistas y la ocupación francesa fueron los motivos. 


Bibliografía
Espinosa, M. J. (1988). Desprestigio social y oficios viles en la España del siglo XVIII: ascendencia profesional del alumnado del Real Colegio de San Telmo. Cuestiones pedagógicas, 4-5, 211-227., 1988 , 4-5, 211-227.
Garralón, M. G. (2007). La Universidad de mareantes de Sevilla (1569-1793). Sevilla: Diputación de Sevilla.
Jiménez, E. M. (2002). El Real Colegio Seminario de San Telmo de Sevilla (1681-1808). Sevilla: Universidad de Sevilla.
 García, M. T. (1998). Admisión de alumnos en el Real Colegio de San Telmo. Temas americanistas, 61-71.

Autora de la noticia: Purificación Mallén Osuna