lunes, 27 de mayo de 2019

Un documento sobre la inundación de 1783-1784




 

El documento es una circular de Pedro López Lerena, asistente de Sevilla entre 1782 y 1785, fechada el 22 de abril de 1784, y en la que pedía al vecindario que contribuyera con donaciones a la obra con la que quería evitar las desgracias que había provocado en la ciudad la reciente crecida del río. Declara el asistente que no siendo suficiente los arbitrios conseguidos, y no teniendo la ciudad fondos públicos para pagar la obra, era indispensable,

"ò dexar el pueblo a la ventura de que se destruya en otra inundación, o tomar otros expedientes con que juntar dinero para las obras que lo han de libertar”. 

El ejemplar de esta circular que acaba de digitalizar la Biblioteca de la Universidad de Sevilla, procede del fondo de Joaquín Hazañas, custodiado en la Biblioteca de Humanidades, es el que se dirigió a Lope de Ulloque.

Parece que López de Lerena no esperó a que finalizara la recaudación, y la obra, "un malecón desde el Colegio de San Laureano hasta la Torre del Oro", comenzó el 4 de mayo. Francisco de Borja Palomo, citando a Justino Matute y Gaviria, llama la atención sobre el hecho de que los primeros materiales de construcción que se emplearon fueron los sillares de piedra de la Calzada de Castilleja, “que se reputaba por una de las causas de aumentar la inundación de Sevilla, porque detenía las aguas que debían estenderse libremente por la Vega hasta desaguar por la que llaman La Madre, cerca de San Juan de Aznalfarache”. La obra quedó finalizada en febrero de 1785, pero para entonces el asistente había sido llamado a Madrid, para ocupar la Secretaría de Estado y del Despacho Universal de Hacienda.

La inundación de los años 1783-1784, una de las más intensas que vivió la ciudad en el siglo XVIII, y entre cuyos efectos se contó el de la destrucción del puente de barcas de Triana, dio ocasión a Candido María Trigueros a escribir su poema La riada, recientemente expuesto en la muestra El Guadalquivir: mapas y relatos de un río.

“Empezó á llover en el último tercio del mes de diciembre, y arreciando en los días de la Pascua, salió el rio de sus márgenes, dificultando el 27 [de diciembre de 1784] el paso al barrio de Triana. Ya el 28 quedó cortado por completo, y el puente dividido á causa de la extraordinaria creciente de las aguas, que se estendieron por toda la ribera, llegando a montar la segunda grada del nuevo malecón que se estaba construyendo desde la entrada del puente al muelle, y progresivamente todo el paseo del Arenal. El 29 quedó suspensa la salida por las puertas de esta parte, que tenían ya colocados los tablones, escepto en la Real, si bien para llegar a ella, estando inundados los sitios bajos de la puerta occidental de la ciudad, era preciso subir hasta San Lorenzo, y bajar por el muro, invirtiendo largo rato. Anegadas las afueras, muchos vecinos abandonaron sus casas, y entre ellos la comunidad del Pópulo, cuyos religiosos, después de retirar con mucho trabajo la Divina Magestad del templo, que tenía más de media vara de agua, se refugiaron donde pudieron. Incesantes las lluvias todo aquel día y el siguiente, creció mucho la inundación interior, estableciéndose el servicio de lanchas y el de socorros a los atribulados vecinos, cuya aflición aumentó a las ocho de la noche del 30, al oir disparos de artilleríua de algunos buques surtos en el puerto pidiendo auxilio, porque el puente, rotas sus amarras y cadenas, con formidable estruendo escapó de su sitio en que estaba sugeto, quedando allí solo aconchada al Castillo una barca, y unidas las nueve restantes impulsadas por la furiosa corriente, arrastraron cuanto se oponía a su paso, hasta encallar a distancia de algunas millas en el sitio llamado Cruz de los Caballeros. Entre tanto, otro peligo mayor y cierto para los vecinos, vino a aumentar su congoja. A las doce de la noche reventó el husillo de la calle nueva de la Laguna, sito en la caballeriza de la casa de Molviedro, por el que, a pesar de las muchas diligencias que se hicieron para cerrarlo con colchones, entró una cantidad inmensa de agua del rio que inundó muchos parages que aun no lo estaban, creciendo en lo demás el agua a una altura increible. En la Pajería hubo casa en que llegó al entresuelo y en otras a proporción de la altura de su nivel. Acudieron inmediatamente muchos vecinos del barrio y el Asistente y otras autoridades, y merced a sus continuados esfuerzos, se logró tapar el husillo con tablones, quedando la casa inhabitada. A la vez reventaba también el husillo de la puerta de Córdoba, con gravísimo riesgo de los moradores de aquel barrio, que quedó inundado en grande estensión y altura, consiguiéndose cerrar la boca con más de doscientos colchones que facilitaron aquellas pobres gentes. Las que habitaban en el contiguo de la Macarena tuvieron asímismo que abandonar en su mayoría sus humildes albergues y refugiarse en el Hospital de la Sangre, porque en aquellos subió el agua a más de una vara, y estaban a punto de perecer ahogados”.

Así comienza Francisco de Borja Palomo, en su Memoria histórico crítica sobre las riadas, ó grandes avenidas delGuadalquivir en Sevilla, desde principios del siglo XV hasta nuestros días (Sevilla, El Español, 1877), la crónica de la inundación sufrida en Sevilla los últimos días de diciembre de 1783 y primeros de enero de 1784. Finalizada la inundación, que se repitió, aunque con mucha menos intensidad, el 8 de marzo de aquel año, el asistente Pedro López de Lerena puso en marcha un proyecto de obra para prevenir futuras inundaciones, consistente en construir un muro o malecón que, en palabras de Francisco de Borja Palomo,

“... empezando junto al puente en los almacenes de maderas llamados del Rey, corriese en línea recta hasta terminar frente a la Torre del Oro, que por su solidez  fuera bastante para contener el río en sus mayores crecientes, y que por su forma en escalinata de tres gradas de más de media vara cada una, diera fácil acceso a los que tuvieran necesidad de atravesarlo en las ocasiones de su especial servicio. De llevar a la realidad este proyecto, resultarían a Sevilla incalculables beneficios, porque ya que no le fuera dado librarse de las continuas inundaciones del Guadalquivir, atendida su situación especial, al menos se evitaría que las aguas de sus furiosas corrientes vinieran como hasta entonces por toda esa estensa línea, siempre la más comprometida, sobre las murallas y las puertas, con peligro de que alguna vez, vencida su resistencia, quedara la ciudad sumergida, pereciendo todos o la mayor parte de sus habitantes. La dificultad principal que se tocaba para llevar a término tan ventajosísimo proyecto era la falta de recursos, por estar agotados los del caudal de Propios con las recientes calamidades. Por eso muchos lo consideraron impracticable”.