lunes, 25 de junio de 2018

Decretum. In Audientia habita die 12 Januarii 1752. Relatis per me ifrascriptum Sanctissimo Domino Nostro Benedicto PP. XIV



Benedicto XIV (Prospero Lorenzo Lambertini) ejerció el papado entre 1740 y 1758, tras un cónclave complicado por asuntos de intereses y relaciones de las potencias extranjeras del que salió vencedor por tan solo un voto de diferencia. A pesar de las dudas y de lo ajustado de la elección, Benedicto XIV terminaría siendo recordado como uno de los mejores papas de la historia: activo, culto y de buen carácter. Se preocupó de asuntos eclesiásticos y civiles por igual, siendo la cultura uno de los campos más favorecidos. Erudito y amante del arte y la ciencia, se relacionó con las figuras más importantes de su época, actuando como protector de sus obras y saber. Apasionado de la Antigüedad, acogió a arqueólogos e historiadores -siendo fundamental su apoyo a Johann Joachim Winckelmann, precursor de la Historia del Arte-, fundando el Museo Arqueológico de Bolonia, el Museo Cristiano en el Vaticano y la Pontificia Accademia Archeologica, a la que encargó excavaciones y acciones de protección y restauración de edificios como el coliseo y varias iglesias de Roma. Consciente de la importancia de la transmisión del saber, impulsó la catalogación de la Biblioteca Vaticana y la incorporación de numerosos volúmenes de diversas procedencias -desde los 3.300 manuscritos de la Biblioteca Ottoboniana hasta los más de 30.000 volúmenes del Palazzo della Consulta-, muchos de los cuales tradujo al italiano. Y, no menos juicioso en el caso de la ciencia, eliminó de la lista de libros prohibidos la obra de Galileo, dando con ello vía libre a la difusión de la teoría del heliocentrismo.

Junto a ello, como doctor en derecho civil y canónico por la universidad La Sapienzza, dedicó su vida a la justicia, publicando numerosas bulas y decretos como el que hoy nos ocupa, en el cual se trata un asunto relacionado con la Orden de Ermitaños de San Agustín -que durante los años centrales del siglo XVIII estaba experimentando un gran crecimiento tanto de sus miembros como de su patrimonio- cuya misión evangelizadora en América y oriente debía adaptarse a los mandatos del papa, quien se oponía férreamente a la práctica de adaptar los ritos católicos a las culturas indígenas con el fin de facilitar y acelerar las conversiones; y cuyos problemas internos, como podemos comprobar, también eran recurridos por el pontífice.

Estos documentos estaban encabezados por el escudo pontificio y las figuras de San Pedro y San Pablo según la iconografía convencional: el primero con las llaves del cielo y el segundo con la espada. Los escudos pontificios solían componerse mediante diferentes símbolos que hablaban de la personalidad del papa correspondiente o a partir del escudo de su familia. Este último es el caso del de Benedicto XIV en el cual, junto a los símbolos papales por excelencia: la tiara y las llaves cruzadas -del poder temporal y del poder celestial-, alusivos a la autoridad del papa como sucesor de San Pedro y representante de Dios en la tierra; aparece un escudo formado por tres líneas verticales rojas o de gules -representado mediante rayas verticales ante la ausencia de color- sobre fondo dorado, perteneciente a la casa Lambertini. Los motivos de rocalla que decoran el escudo son típicos del siglo XVIII.

lunes, 18 de junio de 2018

Paris au Tibet : notes de voyage


"Qué gran silencio llena repentinamente el espíritu, cuando uno pasa bruscamente de la agitada vida de París a la calma y monótona existencia de un navío"1.

Las palabras con las que el francés Francis Garnier (1839-1873) comienza su relato podrían podrían pertenecer a cualquiera de los exploradores que en el siglo XIX decidieron descubrir el mundo: hombres intrépidos, incansables, curiosos, respetuosos con lo ajeno, de gran fortaleza psicológica y capacidad de esfuerzo sobrehumana; hombres cuya vida estaba más allá del hombre corriente: mucho más allá de lo conocido. A veces demasiado allá: en las fuentes del Nilo de David Livingstone, o en la ciudad de Z donde fue a perderse Percival Fawcett. Otras vecés, un poco más cerca: en los ríos australianos de Alexander Collie, o en los estudios topográficos de George Everest, cuyo monte todos conocemos. Pero siempre en un lugar apartado del mundanal ruido, donde lo mundano no existe. En el caso de Garnier, ese lugar fue la Cochinchina ¿Se puede ir más lejos?

Objetivos, pasiones y obsesiones diferentes empujaban a estos hombres a la aventura. Garnier, como oficial del ejército francés e inspector de asuntos indígenas de la Cochinchina, se sentía llamado por el deber: la evangelización, la colonización y la superioridad sobre Inglaterra -anglicana y primera potencia colonizadora-. Así, en plena fiebre colonial de la Tercera República, fue enviado a explorar el valle del Mekong como parte del grupo encabezado por Ernest Doudard de Lagrée. Sus habilidades le llevaron a encabezar su propia expedición por el río Yangtze a la muerte de aquel. Poco tiempo después, su disposición le conduciría a la muerte en Tonkin a manos de los pabellones negros chinos. Llegaba el final para un hombre que junto al compromiso con su nación atesoraba un gran amor por esa otra naturaleza -silenciosa, apabullante, solitaria, gigantesca-, esas otras culturas -diferentes pero no peores-, y esas otras gentes -a las que observa y reconoce rasgos superiores a los europeos-. Más allá de lo mundano, y del ruido.

Publicadas entre 1872 y 1873 en el diario parisino Le Temps, las cartas en las que el oficial Garnier anotó las vivencias de su expedición por el Yangtze fueron reunidas diez años más tarde en un solo volumen editado por Librairie Hachette, especializada en libros de texto, guías académicas y guías de viajes. El conjunto conforma un relato de aventuras al más puro estilo clásico: lleno de descripciones, percepciones, reseñas históricas, peripecias y sucesos; donde la presentación en forma de misivas, los grabados y las tablas meteorológicas permiten al lector colocarse en primer plano y convertirse en receptor protagonista: ver esos lugares por primera vez, conocer a esos extraños personajes que los habitan y tener el privilegio de ser el primero en enterarse de cada novedad. Uno duda si guardarse la información o revelarla a los medios. Si dejar que la vida siga su curso o adelantar el curso de la vida. Aventurarse por estas páginas, es toda una aventura. Ya lo decía el propio Garnier: "Las dificultades serán inmensas", pero "los resultados científicos considerables"2, y lo que es más importante: "El espíritu cambia de esfera y se despierta a otras verdades"3. ¿Te atreves a explorar?

CEYLAN: "Un cinturón exuberante de cocoteros bordea la costa y equilibra des preocupadamente al aliento de la brisa sus verdes cumbres. La vegetación tropical despliega, ante nuestros ojos encantados, sus maravillosas riquezas, sus paisajes goteantes de luz"4.


LA MURALLA CHINA: "No agrega nada a la defensa natural que constituyen los picos de las montañas [...] gracias a la circulación incesante y a un abandono completo se encuentra en el más deplorable estado"5.


PESCADORES CHINOS: "De todos los pliegues de la costa surgen los pescadores, a quienes mi apariencia extranjera y las singulares máquinas desplegadas antes mí inflaman de curiosidad y admiración"6.



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jueves, 14 de junio de 2018

Don Jacinto del Castillo y Doña Leonor de la Rosa : curiosa relacion



"Celestino", contaba Cela de uno de sus personajes de La Colmena, "en la cama, lo que suele leer son romances y quintillas, a Nietzsche lo deja para el día. El hombre tiene un verdadero montón y algunos pliegos se los sabe enteros, de pe a pa. Todos son bonitos, pero los que más le gustan a él son los titulados La insurrección en Cuba y Relaciones de los crímenes que cometieron don Jacinto del Castillo y doña Leonor de la Rosa para conseguir sus propósitos de amor. Este último es un romance de los clásicos, de los que empiezan como Dios manda"1. Y, ¿Cómo empieza? Como debe de ser: pidiendo un poco de inspiración. ¿A las musas? No. ¿A los dioses? ¡No, por Dios! Entonces, ¿A quien? Pues a la Virgen, como Dios manda.

Sagrada Virgen María,
antorcha del cielo empíreo,
dame tu divina gracia
pues de veras te lo pido,
para que a escribir acierte
el caso más peregrino
que celebran los anales,
ni en las historias se ha oído.

¿Crees que le ayudó? ¿A quién? Pues a quien va a ser: al autor. ¿A cual de todos? ¿Es que hay más de uno? Cientos. Miles. Quizás millones. Seguro: más de dos. ¿Tantos? Todos los que tuvieran la buena memoria de quedarse con la canción, o las suficientes monedas para hacerse con un pliego. ¿Es que se cantaba? Claro. Lo cantaba el creador, lo cantaba el pueblo y lo cantaban el ciego y el vendedor. ¿El ciego? En ocasiones. ¿Y como lo aprendía sino podía leer? Como todos: hablando, escuchando, cantando. ¡Vaya espectáculo tenía que ser! Y cuanto más juego daba, más vendía. ¡Yo le habría comprado uno! ¿Ves? ¿Pues no era ciego? Me parece que tú también...

Y eso del pliego ¿Qué es? ¿Se plegaba la gente al leer? ¿Se plegaba el ciego al vender? ¡No! Eran hojas sueltas, unas ocho o dieciséis. ¡Qué pocas! ¿Cómo crees sino que se lo iban a aprender? Cierto. ¿Y que hacían para que no salieran volando? Las colgaban. ¿Cómo la ropa? Por eso les llaman pliegos de cordel. ¡Qué curioso! ¡Fíjate! Pues lo más curioso es que eran de usar tirar. ¡No me lo puedo creer! Una vez memorizados ¿Para que los quería ver? Bastaba con cantarlos, una y otra... ¡Y otra vez! 

Pues me resulta imposible. Son demasiado largos. No entiendo como se los podían saber. Tenían truco ¡Cuéntame! Versos octosílabos, rima asonante en los pares. Siempre lo mismo. Ahhh. Temas de amor, de caballería, burlescos, satíricos, pastoriles, incluso sucesos reales. ¡Haber, haber! Si te cuento un chisme del vecino ¿Te lo aprenderías? ¡Hasta del revés! Pues ahí tienes la respuesta. Lo debí suponer... aunque no podría prometer que mi versión fuera exacta. ¡Por eso hay tantas diferentes de un mismo cuplé2. Pero, esta historia ¿Es cierta o una sandez? Real, real... no tiene porque ser, pero lo que cuenta, era tan real como al vida misma. ¿Lo fue? ¿Matrimonios concertados? ¡A puñados? ¡Que insensatez! Pues eso nos dice el romance:

Sirva de ejemplo a los padres
que violentan a sus hijos,
para que tomen estado,
por el interés movidos.

¡Eso si que es terminar como Dios manda! Un romance ejemplar. Y no solo por el final. ¿Es que hay más? ¿En solo ocho páginas? Cautivos y renegados, un tema muy usual. ¿De verdad? De Cervantes a Lope y de Lope a la infinidad. ¡Ala! Alá también está. ¿Dónde? En la tentación de los moros de Argel. ¿Como las tentaciones del desierto? Mmmmm tal vez. ¡Y los amantes los rechazan! Y Dios con todos. Como debe de ser. Como Él manda, ¿no? Veo que ya lo ves. Y los amantes ¿Terminan bien? Eso no voy a contártelo. Te lo tienes que leer.


1. Cela, Camilo José: La colmena. Madrid: Editorial Edaf, 2002, p. 253.
2. Otra versión con algunas variantes: Anónimo: Don Jacinto del Castillo y Doña Leonor de la Rosa : curiosa relacion. Carmona: Imprenta de D. José María Moreno, 1857.


lunes, 11 de junio de 2018

Discurso politico, sobre el crisis en que se halla la Europa de oy, y el comun peligro, que les amenaza à los Reyes, Potentados, y Republicas de ella, si no se vnen con vna estrecha aliança...



Esta es la historia de un documento sin fecha y de como unas cuantas horas de entretenida investigación consiguieron situarlo en el tiempo...

¿Por dónde empezamos? Empecemos por lo principal: buscar una referencia temporal. En la página 18 aparece el año 1640 en referencia a la tomas de Malaca por los holandeses. Pero, ¿es esa la fecha de publicación? Quizás un nombre nos ayude a situarnos. ¿Tenemos alguno? Sí, en la página 9: Luis el Grande. ¿Le conocemos? Y quien no. El rey absoluto por excelencia: Luis XIV, rey de Francia desde 1642 a 1715. ¿En qué contexto aparece? Como posible miembro de la liga. ¿Es, pues, 1640 la fecha del documento? Luis XIV no era rey en ese momento y aquí es tratado de rey cristianísimo. Definitivamente, el año 1640 queda descartado. ¿A qué más podemos acudir? Quizás el título de elector de Hannover nos de algunas pistas. ¡Exacto! ¿Cual fue el primero en optar al título de rey e Inglaterra? Jorge I, elector entre 1698-1727. ¿Coincide con el rey francés? ¡Ya estamos un paso más cerca de fechar nuestro libro! El margen queda reducido a 17 años, entre 1698 y 1715. La cosa se pone cada vez más interesante...

¿Qué sucedió cuando este Jorge I quiso ascender al trono? ¿Quién era ese príncipe legítimo al que la liga pretendía defender? Quizás la pista esté en al religión: ¿no era el principal objetivo?. ¡Eureka! Las piezas empiezan a encajar. La historia empieza a tomar sentido... Hubo una vez un rey católico, Jacobo II, que se vio obligado a huir a Francia con su esposa, María de Módena, y su hijo, Jacobo Francisco Eduardo. Guillermo III de Orange y su esposa María, hija del rey, usurparon el trono para contento de los protestantes. Mientras, el hijo de Jacobo y María era reconocido por Francia, España y los Estados Pontificios como legitimo rey: Jacobo III de Inglaterra y VIII de Escocia. Las intrigas no habían hecho más que empezar, pero la solución a nuestras dudas está cada vez más cerca.
Jacobo III, desde su residencia al otro lado del canal, no se daba por vencido. No solo quería recuperar, sino la fe de todo un continente que estaba sucumbiendo a la herejía. Y lo haría por las armas si era necesario. Es entonces cuando podemos remitirnos al texto, para comprobar la coincidencia de sus objetivos con la de los propuestos en él:

"se debe estimular a los muy altos príncipes, Rey Cristianísimo de Francia, Rey Católico de España y Emperador de Alemania, a precaver los futuros males, que pueden acaecer a la Europa, si el cetro de Inglaterra lo posee el Duque Elector de Hannover, y la silla de los césares otro príncipe de aquella estirpe, y religión. Y parece que el remedio único que hay, según el crisis, en que se hallan las cosas de la Europa el día de hoy, es el formar una Liga Sagrada que proteja tan justificados fines, como son la religión católica, la justicia de un príncipe perseguido, y injustamente despojado de su Reino".1

"Su principal objetivo, es echar de los altares a Belial, y colocar en ellos el Arca del Testamento de la Religión verdadera, hacer que la fe Católica renazca en Inglaterra, y se conserve en Alemania, y el nombre orgulloso de los católico resuene formidable en toda Europa, teniendo los reyes presente la obligación en que Dios los puso cuando les dio las coronas, los ció también con las espadas, para defender las injurias hechas en su santo nombre"2.

El propósito es el mismo. La alianza, por tanto, está servida. ¿Intentamos reconstruir el mapa? El usurpador: Ernesto Augusto de Hanóver, conocido como Jorge I. El pretendiente: Jacobo Francisco Eduardo Estuardo, o Jacobo III. Los aliados: Felipe V, rey de España; Luis XIV, rey de Francia; y Carlos IV, emperador de Alemania; junto con los príncipes y repúblicas de Italia (Saboya, Florencia y Génova), el duque de Lorena, y los electores católicos de Baviera, Colonia, Moguncia, Tréveris y elector Palatino. La historia: aun está por despejar.

Dentro del margen de tiempo que hemos establecido tuvo lugar la revolución jacobita de 1715, donde los partidarios del rey legítimo se levantaron en su favor. ¿Podríamos encajar esta Liga Sagrada a la par de esta revolución católica? Quizás. En todo caso, nunca después. A Luis XVI le quedaban pocos días de vida allá por septiembre de ese año. Los hilos debieron moverse con anterioridad. Algunos años. Aun nos quedan 16 en reserva. No son muchos, casi lo podríamos fechar. Pero no nos arriesguemos demasiado. Dejémoslo estar.

Seguimos sin fecha exacta, pero hemos rechazado una, cuestionado otra y acotado el tiempo al máximo. Hemos descubierto a los protagonistas, sus intenciones y desvelos. Y, por su puesto, hemos pasado un rato divertido aprendiendo Historia. Ahora solo nos queda saber el final de la nuestra, ¿Consiguió formarse la liga? ¿Consiguió Jacobo III subir al trono? Ni una ni otra empresa fueron exitosas. ¿Lo ha sido al nuestra? Seguro que sí, porque el saber no ocupa lugar, y en el Fondo Antiguo de la Universidad tenemos saber para rato, y para pasar el rato investigando y aprendiendo cada vez más. ¿Te animas a formar parte de la alianza?


1. p. 1.
2. p. 9.

jueves, 7 de junio de 2018

Methode pour le piano forte





"Por las noches, pienso en mi piano en su tumba del océano. Y a veces en mi misma, flotando sobre él. Allá abajo todo esta tan inmóvil y silencioso, que me arrulla y adormece. Es una extraña canción de cuna. Así es. Y es mía. Hay un silencio, donde nunca ha habido sonido. Hay un silencio, donde no puede haber sonido. En la fría tumba, bajo el profundo, profundo mar"


Ada soñaba con su piano. Solitario en la arena. Bajo el cielo eternamente nublado. Las olas como metrónomo. El viento. El silencio. Lo que solo se puede decir mediante la música. Esta imagen de El piano (Jane Campion, 1993) desprende el más absoluto romanticismo. La exaltación de la emoción, el sentimiento y el espíritu: de la naturaleza, su grandeza y poder; de la fantasía y el extremo: de la soledad y la creación; de la intimidad y la libertad; de la vida y la pasión exacerbadas en la muerte prematura. El piano: instrumento solitario de expresión ilimitada y matices infinitos. La mujer: y la música como ideal de formación, como ocupación domestica. La melancolía: las teclas como única salida de la represión interior, y exterior. La música de Michael Nyman completa el círculo: uniendo la melancolía con la emoción.

Inventado a principios del siglo XVIII por el italiano Bartolomeo Cristofori, el piano se convirtió en el instrumento protagonista de la incipiente época romántica. Mucho más expresivo que sus antecesores el clavicordio y el clave. Capaz de inflexiones y matices que aquellos no podían alcanzar. Poético y sentimental. Podía tocarse en solitario o acompañado de toda una orquesta. En casa o en un gran teatro. Los grandes compositores se sentaban frente a él para componer sus obras. Piezas creadas específicamente para el instrumento: Beethoven, Schubert, Liszt... Los burgueses y aristócratas empezaron a contemplar un piano entre el mobiliario. Pieza central de la casa. Símbolo de estatus y cultura. Ahora ellos también podían pulsar las teclas.

Tocar el piano se convirtió en una actividad casi obligatoria. Principalmente para las mujeres. Era el instrumento perfecto para ellas. Los instrumentos de viento deformaban la cara, los grandes metales, además, pesaban demasiado, la familia del violín hacía tomar posturas indecorosas, la percusión era cosa de hombres. Ya lo decía Baldasare de Castiglione: "Y así en el danzar no querría vella con unos movimientos muy vivos y levantados, ni en el cantar o tañer me parecería bien que usase aquellas diminuciones fuertes y replicadas que traen más arte que dulzura; así mismo los instrumentos de música que ella tañere, estoy en que sean conformes a esta intinción; imagina agora cuan desgraciada cosa sería ver a una mujer tañendo un tambor, o un pífano, o otros semejantes instrumentos; y la causa de esto es la aspereza de ellos, que encubre o quita aquella suavidad mansa, que tan propiamente y bien se asienta en las mujeres"1. El piano -la espalda recta, los pies en los pedales, las manos suavemente colocadas sobre el teclado- era todo modestia y castidad. Símbolo de feminidad, elegancia, delicadeza y, por su puesto, de cultura. Una mujer que sabía tocar el piano era una mujer casadera con todas las de la ley.

Pero dentro de ese corsé impuesto por la sociedad había algo más profundo: un corazón, en muchas ocasiones solitario, cuyo lamento encontraba salida en la música. Así lo ha representado mil veces la literatura y así lo vemos repetido en el cine: las pioneras que pusieron rumbo al Oeste americano y llevaron sus recuerdos de civilización escondidos en las notas de un piano, las herederas de nobles familias que se veían obligadas a un matrimonio pactado, aquellas cuya vida se limitaba a los muros de la casa, las que no podían hablar en presencia de hombres... tantas mujeres que, ante la imposición de silencio, expresaban sus tristezas e inquietudes -su visión de mujer- a través de la música.

Este auge protagonista vino acompañado, no solo de sentimientos y grandeza de espíritu creativo, sino de todo un fenómeno editorial. Todo aquel que tenía un piano quería emular a los grandes héroes de la música. Las piezas se imprimían para el público general y para escuelas y sociedades musicales que empezaban a llenar el espectro social. Y no solo las grandes obras -pues pocos eran los afortunados que alcanzaban el virtuosismo doméstico- sino pequeñas piezas tradicionales, danzas y composiciones simples adaptadas a diferentes niveles. Pero antes de tocar, había que aprender. Y ahí es donde entran en juego manuales como el que nos ocupa: Methode pour le piano forte.

Perteneciente, como no podía ser de otra forma, a una mujer (Antonia del Río y Monge) y con una mujer pianista protagonizando el grabado de la portada, este manual nos inicia en el mundo de la música mediante las lecciones más básicas de solfeo: el nombre de las notas, las diferentes figuras y su duración, las alteraciones, las claves, la postura del cuerpo y las manos, las tonalidades, los intervalos, los acordes, los matices... conceptos esenciales para la segunda parte la posterior práctica de escalas y pequeñas piezas. Pero esta aparente simplicidad no debe engañarnos. Su autor, Ignace Joseph Pleyel, fue un destacado compositor, editor y fabricante de pianos. Alumno del mismísimo Haydn, abrió su propia casa editorial en 1795, de donde dos años más tarde saldría este gracioso ejemplar, perfecto para todas aquellas que, desde la total ignorancia -o quizás desde la total infancia-, quisieran o tuvieran que introducirse en el extraordinario, y famoso, mundo del piano.

El manual se completa con unas pequeños apuntes sobre la afinación de pianos, que el autor introduce como método novedoso. Y lo hace escogiendo el temperamento de Kirnberger, temperamento desigual que se oponía a los iguales propugnados por Rameau. Si bien pudiera parecer un apéndice fuera de lugar dentro de un manual de iniciación, la afinación era tarea obligada ¿Por qué no introducir unas pequeñas notas? ¿No es eso de lo que trata la música? ¿De notas?

Va siendo hora de practicar. Espalda recta, una altura suficiente como para que las manos se muevan con total libertad, dedos ligeramente flexionados, clave de sol, escala de Do Mayor: DO, RE, MI, FA, SOL...