El documento
es una circular de Pedro López Lerena, asistente de Sevilla entre 1782 y 1785, fechada el 22 de abril de 1784, y en la que pedía al
vecindario que contribuyera con donaciones a la obra con la que quería evitar
las desgracias que había provocado en la ciudad la reciente crecida del río.
Declara el asistente que no siendo suficiente los arbitrios conseguidos, y no teniendo
la ciudad fondos públicos para pagar la obra, era indispensable,
"ò dexar el
pueblo a la ventura de que se destruya en otra inundación, o tomar otros
expedientes con que juntar dinero para las obras que lo han de libertar”.
El
ejemplar de esta circular que acaba de digitalizar la Biblioteca de la
Universidad de Sevilla, procede del fondo de Joaquín Hazañas, custodiado en la
Biblioteca de Humanidades, es el que se dirigió a Lope de Ulloque.
Parece que
López de Lerena no esperó a que finalizara la recaudación, y la obra, "un malecón desde el Colegio de San Laureano hasta la Torre del Oro", comenzó el 4 de
mayo. Francisco de Borja Palomo, citando a Justino Matute y Gaviria, llama la
atención sobre el hecho de que los primeros materiales de construcción que se
emplearon fueron los sillares de piedra de la Calzada de Castilleja, “que se
reputaba por una de las causas de aumentar la inundación de Sevilla, porque
detenía las aguas que debían estenderse libremente por la Vega hasta desaguar
por la que llaman La Madre, cerca de
San Juan de Aznalfarache”. La obra quedó finalizada en febrero de 1785, pero
para entonces el asistente había sido llamado a Madrid, para ocupar la Secretaría de Estado y del Despacho Universal de Hacienda.
La inundación de los años
1783-1784, una de las más intensas que vivió la ciudad en el siglo XVIII, y
entre cuyos efectos se contó el de la destrucción del puente de barcas de
Triana, dio ocasión a Candido María Trigueros a escribir su poema La riada, recientemente expuesto en la
muestra El Guadalquivir: mapas y relatos de un río.
“Empezó á llover en el último
tercio del mes de diciembre, y arreciando en los días de la Pascua, salió el
rio de sus márgenes, dificultando el 27 [de diciembre de 1784] el paso al
barrio de Triana. Ya el 28 quedó cortado por completo, y el puente dividido á
causa de la extraordinaria creciente de las aguas, que se estendieron por toda
la ribera, llegando a montar la segunda grada del nuevo malecón que se estaba
construyendo desde la entrada del puente al muelle, y progresivamente todo el
paseo del Arenal. El 29 quedó suspensa la salida por las puertas de esta parte,
que tenían ya colocados los tablones, escepto en la Real, si bien para llegar a
ella, estando inundados los sitios bajos de la puerta occidental de la ciudad,
era preciso subir hasta San Lorenzo, y bajar por el muro, invirtiendo largo
rato. Anegadas las afueras, muchos vecinos abandonaron sus casas, y entre ellos
la comunidad del Pópulo, cuyos religiosos, después de retirar con mucho trabajo
la Divina Magestad del templo, que tenía más de media vara de agua, se
refugiaron donde pudieron. Incesantes las lluvias todo aquel día y el
siguiente, creció mucho la inundación interior, estableciéndose el servicio de
lanchas y el de socorros a los atribulados vecinos, cuya aflición aumentó a las
ocho de la noche del 30, al oir disparos de artilleríua de algunos buques
surtos en el puerto pidiendo auxilio, porque el puente, rotas sus amarras y
cadenas, con formidable estruendo escapó de su sitio en que estaba sugeto,
quedando allí solo aconchada al Castillo una barca, y unidas las nueve
restantes impulsadas por la furiosa corriente, arrastraron cuanto se oponía a
su paso, hasta encallar a distancia de algunas millas en el sitio llamado Cruz
de los Caballeros. Entre tanto, otro peligo mayor y cierto para los vecinos,
vino a aumentar su congoja. A las doce de la noche reventó el husillo de la
calle nueva de la Laguna, sito en la caballeriza de la casa de Molviedro, por
el que, a pesar de las muchas diligencias que se hicieron para cerrarlo con
colchones, entró una cantidad inmensa de agua del rio que inundó muchos parages
que aun no lo estaban, creciendo en lo demás el agua a una altura increible. En
la Pajería hubo casa en que llegó al entresuelo y en otras a proporción de la
altura de su nivel. Acudieron inmediatamente muchos vecinos del barrio y el
Asistente y otras autoridades, y merced a sus continuados esfuerzos, se logró
tapar el husillo con tablones, quedando la casa inhabitada. A la vez reventaba
también el husillo de la puerta de Córdoba, con gravísimo riesgo de los
moradores de aquel barrio, que quedó inundado en grande estensión y altura,
consiguiéndose cerrar la boca con más de doscientos colchones que facilitaron
aquellas pobres gentes. Las que habitaban en el contiguo de la Macarena
tuvieron asímismo que abandonar en su mayoría sus humildes albergues y
refugiarse en el Hospital de la Sangre, porque en aquellos subió el agua a más
de una vara, y estaban a punto de perecer ahogados”.
Así comienza Francisco de Borja
Palomo, en su Memoria histórico crítica sobre las riadas, ó grandes avenidas delGuadalquivir en Sevilla, desde principios del siglo XV hasta nuestros días (Sevilla,
El Español, 1877), la crónica de la inundación sufrida en Sevilla los últimos días de
diciembre de 1783 y primeros de enero de 1784. Finalizada la inundación, que se
repitió, aunque con mucha menos intensidad, el 8 de marzo de aquel año, el
asistente Pedro López de Lerena puso en marcha un proyecto de obra para
prevenir futuras inundaciones, consistente en construir un muro o malecón que, en
palabras de Francisco de Borja Palomo,
“... empezando junto al puente en
los almacenes de maderas llamados del Rey, corriese en línea recta hasta
terminar frente a la Torre del Oro, que por su solidez fuera bastante para contener el río en sus
mayores crecientes, y que por su forma en escalinata de tres gradas de más de
media vara cada una, diera fácil acceso a los que tuvieran necesidad de
atravesarlo en las ocasiones de su especial servicio. De llevar a la realidad
este proyecto, resultarían a Sevilla incalculables beneficios, porque ya que no
le fuera dado librarse de las continuas inundaciones del Guadalquivir, atendida
su situación especial, al menos se evitaría que las aguas de sus furiosas
corrientes vinieran como hasta entonces por toda esa estensa línea, siempre la
más comprometida, sobre las murallas y las puertas, con peligro de que alguna
vez, vencida su resistencia, quedara la ciudad sumergida, pereciendo todos o la
mayor parte de sus habitantes. La dificultad principal que se tocaba para
llevar a término tan ventajosísimo proyecto era la falta de recursos, por estar
agotados los del caudal de Propios con las recientes calamidades. Por eso muchos
lo consideraron impracticable”.
1 comentario:
Excelente artículo, gracias por compartirlo.
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