La belleza de la razón. La esencia sublime del espíritu. La complejidad y la simpleza. La luz y la sombra. El tiempo. La medida. Lo incalculable del cálculo humano a la contemplación de la naturaleza. La exactitud de lo que no es exacto. Una montaña. Un árbol. Una flor. Un hombre. Si el arte no fuera suficiente -¿Cuando no lo es?-: la ciencia. La que nace de la madre tierra y crece en dirección al cielo. La que se dibuja y se describe. La que se pierde por los caminos y solo se encuentra en un paseo. En un paisaje. En un jardín.
"La poesía y la pintura son buenas reproduciendo la naturaleza; pero si el estilo y la paleta, por unos momentos, encandilan nuestra imaginación y nuestros ojos con copias fieles, su modelo eterno, la naturaleza, aún viva, todavía novedosa, solo puede cautivarnos incesantemente; y es la naturaleza misma la que nos presenta al artista creador de un jardín".1
El romanticismo fue la época de las emociones. Sentimientos exaltados que tenían su base en la naturaleza: la del ser humano y la del mundo. No había arte que se resistiera. No había concepto que escapara al arte. Y al jardín, que había encontrado en el siglo XVIII su cenit vital, le fue imposible morir en una época en la que todo él parecía cobrar vida. Con la llegada del romanticismo crecía sin límites el jardín pintoresco inglés. Aquel que hablaba a escondidas y atrapaba al paseante con sus numerosos tentáculos. A la entrada del siglo XIX la belleza ordenada tomó de nuevo el testigo. La melena rizada de lo sublime dio paso a la cepillada cabellera de la geometría. Francia se levantó con la belleza por bandera. Pero esta vez sería una bandera ondeante: francesa de corazón, libre al viento. Nunca más todas las partes volvieron a estar sometidas. La belleza era ahora tradicional, matemática, pero un punto salvaje. Como desabrocharse un botón.
André le Nôtre fue rescatado. El jardinero de Luis XIV invadió de nuevo el paisaje galo. Francia se dejó cautivar por su pasado y acogió una nueva fiebre por la ornamentación natural. Nuevos arquitectos y tratadistas. Nuevos proyectos. Todo nuevo pero antiguo a la vez. Las referencias estaban ya prescritas: Le Nôtre, Mansart, Morel... también con acento ingles: Kent, Brown, Bridgeman... solo había que estudiarlas detenidamente y disfrutar del proceso: leer, estudiar, contemplar. Y eso es lo que hace el francés Nicolas Vergnaud en su tratado L'art de créer les jardins. Con una idea del jardín a la vez estética y científica. Entre el alago y la corrección de la técnica. Amor, al fin y al cabo, por una disciplina que considera de artistas científicos, o de científicos artistas. Una disciplina que, aun estando enamorado, desea compartir con el mundo. Erudito o no. Más o menos letrado. Dueño de una villa o propietario de un pequeño terreno. ¿No es todo hombre habitante de un gran jardín?
"No son suficientes meras nociones sobre la forma de los árboles y el color de su follaje para el arquitecto que desea participar en la composición de los jardines, él tiene la franqueza de que tiene un conocimiento real en horticultura, por lo que todos sus plantaciones están constantemente dirigidas en el sentido en que las concibió".1
Tres partes componen un tratado que no repara en detalle, pues tampoco lo hizo el autor en el proceso de su trabajo. Conocidos los trabajos de su patria, viajó a Inglaterra en 1831 para vivir sus jardines. Se empapó de literatura paisajística en la Biblioteca Real de Londres. Tomó fotografías. Vio, comprendió y venció. Y una vez hecho el trabajo de campo, planteó ordenadamente los saberes acumulados:
-Primera parte: Clasificación de los jardines de acuerdo con su extensión y el propósito general del lugar, influencia del clima, las estaciones, de la luz y las sombras, efecto del empleo de objetos naturales.
-Segunda parte: Efectos del empleo de herramientas, edificios residenciales y sus dependencias, fábricas y accesorios de toda especie, avenidas, entradas, caminos, puntos de vistas, vallas.
-Tercera parte: Elección y estudio del lugar y el medio, plan general, nivelamiento, perspectivas, perfiles, cotas de elevación, traza práctica y ejecución, que comprende el empleo, la modificación y la alteración de objetos naturales y mano de obra, ejemplos de jardines célebres de Francia e Inglaterra, jardines públicos y privados.
-Catálogo de árboles, plantas, etc...
-Catálogo de autores franceses que han escrito sobre jardines.
-Diversos planos y vistas.
La cantidad de información proporcionada contrasta con la sencillez de la exposición. Limpia, organizada y comprensible por el menos experto. Con anexos de irrefutable utilidad y valor. Entre ellos, las litografías de los hermanos Thierry: veinticuatro folios de planos detallados y vistas de los jardines más famosos de la Historia del Arte: Blenheim, Morfontaine, Chatsworth, Stowe, Widsor, Saint´Leu, Beauregard, Longleate... En forma de plano a doble página, de vistas a modo de pintura, de comparativa de dos proyectos e, incluso, de planos y vistas con láminas móviles que esconden proyectos realizados o por realizar. Con una gran preocupación por el detalle en cuanto a la diferenciación de la vegetación y la representación de escenas cotidianas con personajes y animales, una graciosa y admirable utilización del claroscuro, y leyendas en los dos idiomas de los jardines tratados: francés e inglés; suponen una fuente riquísima y fundamental para el estudio de esta manifestación artística.
Si bien trata un rango limitado, obviando el jardín italiano o el alemán, no deja deja de resultar una elección curiosa en cuanto al conflicto conceptual de ambas tendencias a lo largo del tiempo y la procedencia del autor quien, en una época de incremento del nacionalismo francés, se interesa realmente por el estudio de los jardines del país vecino, no sin cierta gracia:
"La habitual simetría de las líneas de la arquitectura y el abuso que se ha hecho de ellas en los jardines franceses han evocado a algunos amantes de los jardines, los llamados ingleses, a quienes un solo pintor pudo dibujar; que el propietario, tan pronto como tuviera gusto, trazaría su jardín él mismo de la manera más adecuada; que uno podía esperar solo por casualidad los más bellos efectos del paisaje, y que al final, dado que eran jardines; era necesario referirse al jardinero para su composición, ya que le quedaba el mantenimiento y la cultura. ¡Incluso hemos escuchado esta extraña paradoja, que las sinuosidades de un jardín inglés no podrían ser trazadas de forma más natural que por la marcha incierta de un hombre ebrio!".1
Ahora solo nos queda imaginar nuestro propio jardín. ¿Pintoresco o geométrico?
1. Vergnaud, Par N: L'art de créer les jardins. A la Librairie Encyclopédique de Roret, Paris, 1839, Introducción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario